Paso a paso

Como me dijo sabiamente Alfredo, un peregrino de Brazil, en el primer día de marcha desde Saint Jean Pied de Port, de nada sirve pensar en todo lo que falta (en ese momento setecientos noventa y nueve kilómetros para llegar a Santiago de Compostela) lo importante es enfocarse literalmente en cada paso que hemos de dar. 

En esta era de la inmediatez en que nos acostumbramos a conseguir todo ya, a partir del momento que decidimos a hacer el Camino a pie, esta peregrinación nos enseña a ser pacientes y relacionarnos con las dimensiones de espacio tiempo de la vida de una manera distinta a la que estamos habituados. Tardar un día para recorrer veinte, treinta o cuarenta kilómetros nos da la sensación de estar viviendo en camara lenta, que hay tiempo para disfrutar de observar un amanecer, los detalles del paisaje y entorno por donde caminamos, como el color intenso de una flor, el canto de un pájaro, sentir el sol o el viento en la cara y el sendero bajo nuestros pies, el placer de conversar de manera más profunda y sentida con nuestro ocasional compañero de marcha.

Tardaremos lo que tardaremos para cubrir cada kilómetro según la pendiente del sendero, si hay piedras sueltas sobre la superficie, la orientación e intensidad del viento o de la lluvia. Lo único que necesitamos hacer es concentrarnos en el siguiente paso para evitar torceduras, patinadas o caídas.

Cada uno de nosotros tiene su ritmo de marcha, si vamos demasiado rápido o lento nos cansamos en exceso. Tardaremos lo que tardaremos con la confianza en que con cada paso nos acercamos al lugar  donde nos queremos dirigir. Con el pasar de los días comprendemos que la ansiedad carece de todo sentido.

Estos aprendizajes pueden ir desvaneciéndose cuando regresamos a nuestro entorno y estilo de vida habituales aunque afortunadamente regresan cuando nos toca atravesar alguna situación inesperada y nos enfrenta a un territorio desconocido.

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