Una mochila llena de emociones
Esta mañana bajé mi mochila del estante, le quité el polvo con una franela y como si fuera la lámpara de Aladino, de ese frotar surgió en mi una gran alegría que me fue envolviendo. ¿Dónde habrá estado guardada, en mi mochila o en mi alma?
Me volví a conectar con mi sonrisa de esa mañana del 29 de octubre de 2019 cuando llegué por segunda vez a la Catedral de Santiago de Compostela. En esa ocasión fue tras haber caminado durante quince días corridos desde Oporto, Portugal.
Lo que despliego en la foto es mi credencial de peregrino en el que quedaron asentados los sellos como testimonios de los distintos lugares que visité en mi travesía.
También saqué todo mi equipo y ropa de trekking y lo fui colocando dentro de la mochila y mientras lo hacía me pareció escuchar el rítmico crunch, crunch, crunch de mis pisadas sobre los senderos y caminos por los que había transitado. También me surgieron imágenes de las personas y lugares que conocí en el Camino Portugués.
Pesé la mochila llena y la balanza marcaba sólo seis kilos a pesar de todas las emociones y recuerdos que parecía contener y que me volvieron esta mañana.
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