Viajar Liviano
Algo que me enseñó el Camino a Santiago es que se puede vivir feliz con muy pocas cosas, siempre que también soltemos preocupaciones, ansiedades, enojos, frustraciones y culpas. Como en la vida misma, un exceso de carga física o emocional juegan en contra del disfrute.
Respecto de lo físico hay al menos dos maneras de transportar nuestro equipaje en el camino. Uno es cargar uno mismo con una mochila que tenga todo lo que necesitaremos para la travesía y la otra es usar un servicio de traslado para recoger nuestras pertenencias por la mañana y llevarlos a la siguiente localidad elegida para descansar al cabo de la caminata del día.
En el primer caso conviene una mochila de unos 25 litros de capacidad donde poder cargar todo y en el segundo es habitual llevar sólo una mochila pequeña con lo mínimo necesario como agua, algún abrigo y protección impermeable por si llueve y el resto en una valija.
Los trekkers experimentados recomiendan no cargar más del diez por ciento de nuestro peso corporal, y pude comprobar que es suficiente. Tanto en el Camino Francés como en el Portugués opté por una mochila que llena pesaba aproximadamente seis kilogramos.
¿Qué llevaba?:
- Una botella de agua
- Una muda completa de ropa técnica (liviana de secado rápido)
- Buzo y campera ultralivianos
- Poncho de tela impermeable que me cubría a mi y a mi mochila
- Bolsa de dormir de 800 gramos
- Soga con doce broches para colgar la ropa
- Sandalias (no me gustan las ojotas)
- Jabón de lavar ropa y artículos de higiene personal
- Toallón de microfibra
- Polvo pédico y una crema desinflamante con árnica
- Cargador para el celular y adaptador para toma corriente europea
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