De regreso

 

¡Regresé de un viaje maravilloso! Las fotos que acompañan son tres momentos significativos: en el parque Buen Retiro de Madrid momentos antes de partir hacia Oviedo en tren para iniciar el Camino Primitivo, el día que llegué a Santiago de Compostela después de recorrer 315 kilómetros desde Oviedo y ahora de regreso en mi casa, sentándome a escribir nuevamente.

El Camino Primitivo resultó más desafiante de lo que me había imaginado y gracias a ello recorrerlo fue una oportunidad de aprendizaje profundo. Enfrentarme a que no podía recorrer treinta kilómetros por día como hacía en el Camino Francés en 2017 fue aleccionador. Afortunadamente me fui encontrando con personas que me ayudaron a repensarme, a pedir ayuda y a apelar a otros recursos disponibles. Me sentí protagonista del libro "La novena revelación" de James Redfield con encuentros casuales y significativos con otros peregrinos.

La primera lección fue cuando desperté en Oviedo a las seis de la mañana y, conversando con Franciso de Indonesia con quien desayunaba en el albergue, supe que no amanecía hasta casi las nueve. Experimenté en carne propia aquello de que "no por mucho madrugar, se amanece más temprano."

Ese día me había propuesto caminar veinticinco kilómetros y tuve que parar en Escamplero a sólo doce kilómetros de Oviedo, cansado por trepar ciento cincuenta metros en sólo cuatro kilómetros. Con el ego abollado en el albergue me encontré con Francesco y Roberto, dos peregrinos italianos bastante más jóvenes que yo y que se turnaban para cargar una sola mochila entre ellos. Se habían propuesto ir aumentando gradualmente el número de kilómetros que recorrían diariamente lo cual me parecía sensato y me sentí menos frustrado.

A lo largo del camino fui conversando con unos cuantos peregrinos, todos más jóvenes que yo (cosa que también me ocurre en otros ámbitos), de entre veinticinco y cincuenta y ocho años de edad, lo cual fue haciendo amena y entretenida la marcha. Además del desafío físico que significó el Camino Primitivo, me permitió disfrutar de unos paisajes que me parecieron sumamente bellos.

Cosas que aprendí: a ser menos soberbio, a pedir ayuda, a utilizar transporte público para transportar mi mochila, a ser más auto-indulgente dándome el gusto de usar un taxi o un bus cuando estaba muy cansado. Por último un peregrino francés, con toda candidez, me propuso aceptarme tal cual estoy siendo y a disfrutar y celebrar las pequeñas cosas de la vida. Y descubro que me resulta muy placentero.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Preparándome

Parado sobre los hombros de gigantes

De bípedo a cuadrúpedo